Volviendo del médico recordaba aquella conversación que tuve con un buen amigo. Aquel día le contaba que mi viaje en el atletismo estaba siendo increíble, que no solo iba mejorando mis marcas sino que notaba como mi cuerpo era mejor cada temporada. Los ritmos que antes eran duros ahora eran fáciles, los kilómetros que antes eran muchos ahora eran los habituales y que, además, recuperaba mejor cada vez.
Sabemos que esto no es infinito, los años pasan y el momento máximo en la vida de un deportista llega para todos. Mis 30 años de edad ya no dejan mucho margen, pero seguía convencido de que aun me quedaba mucho recorrido de mejora, mi evolución tardía desde pequeño y mis sensaciones me decían que, como deportista, seguía siendo joven. Entonces llegó la tercera dosis y lo cambió todo.
Hace, justo hoy, tres meses del maldito pinchazo. Tres meses que resumiría de la siguiente forma: un primer mes de intentar volver donde estaba, un segundo mes de seguir entrenando a toda costa y un último de derrumbe y paciencia. Los médicos no saben y solo te recetan paciencia: "esto es nuevo y no sabemos" . Lo acepto. Lo acepto, lo entiendo y lo comparto. Lo que nadie parece entender es mi miedo.
Vida solo hay una y el tiempo que pasa ya no vuelve. Mi miedo es haber perdido la magia de sentir que tu cuerpo mejora cada vez, cada temporada, cada entreno. Mi miedo es que el momento de máximo rendimiento de mi cuerpo haya pasado. Que se haya ido, sin darme cuenta, por culpa de un pinchazo.
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